La familia, una prioridad para todos

El chico saltó del tercer piso del edificio de apartamentos donde vivían. Tenía diecinueve años, cursaba tercer semestre de medicina, era un excelente alumno y pasaba gran parte del tiempo leyendo y escribiendo. "Nadie tenía motivo de queja de él", me dijo su madre apesadumbrada, dos semanas después del funeral.

Eran propietarios de una ferretería, y gracias a los ingresos que se derivaban del negocio, habían viajado no una sino muchas veces al exterior. El mejor testimonio de las épocas buenas era el álbum de fotografías, unas a todo color y otras en sepia, que se tomaron el trabajo de seleccionar cuando finalizaba un mes de diciembre.

El padre se tomó la cabeza con las manos cuando supo la noticia. "No, no puede ser mi hijo. Él no", gritaba presa de la desesperación. Rebeca, la madre, sólo atinaba a preguntarse: "¿En qué fallamos como padres?"

Generalmente los hogares en conflicto bajo el esquema padres-hijos, tienen origen en el poco amor, comprensión y aceptación que recibieron en la edad temprana. A nuestros hijos debemos dedicarles tiempo, especialmente las madres quienes desarrollan con ellos estrechos lazos durante el proceso de formación. En ese período, con el apoyo y reafirmación de los padres, fundamentamos en los menores principios y valores que son esenciales y perduran: "Instruye al niño en el camino correcto, y aun en su vejez no lo abandonará" (Proverbios 22:6, Nueva Versión Internacional).

Instruir es una acción que debe ir acompañada de disciplina. Los menores deben asimilar que hay unas reglas que se deben cumplir, y que trasgredirlas acarrea sanciones: "No dejes de disciplinar a l joven, que de unos cuantos azotes no se morirá. Dale unos buenos azotes, y así lo librarás del sepulcro" (Proverbios 23:13, 14, Nueva Versión Internacional).

Aquí cabe enfatizar en algo: los azotes de que habla la Biblia, no son la justificación para inflingirle a hijos castigos que les hieran tanto emocional como físicamente. Ese comportamiento tiránico de los progenitores no lo comparte Dios, por lo que me permito citar al apóstol Pablo cuando escribe: "Y ustedes, padres no hagan enojar a sus hijos, sino críenlos según la disciplina e instrucción del Señor" (Efesios 6:4, Nueva Versión Internacional. Cf. Colosenses 3:21).

Enojo de los hijos debemos asociarlo con la actitud de provocar desaliento e incluso, resentimiento, que despierta en ellos el mal trato que pudiéramos darles (Cf. Colosenses 3:21). Sobre esta base, el proceso de disciplinarles—como se ha repetido hasta la saciedad—puede incluir no dejarles prender la televisión por algunas horas, o quizá que no salgan a la calle a jugar con sus amiguitos, cuando han actuado con grosería o transgredieron una norma trazada por los padres.

Es tiempo de revaluar

El hecho de que hayamos obrado de manera errada, al punto de ver hoy las consecuencias negativas, no nos impide aplicar correctivos en la forma de pensar y de actuar. Con ayuda de Dios siempre hay una nueva oportunidad para experimentar la transformación y crecimiento. Téngalo presente: es tiempo de revaluar.

Revise cómo ha sido hasta ahora el trato que prodiga a sus hijos y, cuantifique y cualifique el tiempo que pasa con ellos. Si encuentra que hay deficiencias, ¡corríjalas! Es posible, tomados de la mano del Señor Jesucristo quien debe reinar en nuestros hogares. Hágalo. Comprobará que obtiene excelentes resultados.

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