Cegados para que no reciban las Buenas Nuevas

Le hablaron mil veces de la necesidad de cambio. Aun cuando su vida era un verdadero rompecabezas, con nuevas dificultades cada día, el persistía en darse vida de soltero—a pesar de su esposa y tres hijos--, malbaratando hasta el último peso, bebiendo viernes y sábados e incluso, agrediendo a su familia. Terminada la resaca, invariablemente se repetía: "No volverá a ocurrir".

Su madre era quien más sufría con aquella situación. "Todavía lo recuerdo cuando chico, corriendo por las calles empolvadas del pueblo, con la cara sucia, sus pantalones cortos y esa sonrisa traviesa que la desarmaba cuando quería darle una golpiza".

Y desde los dieciocho años fue diferente. Los amigos. Comenzó a beber. Llegaba a perder el conocimiento y en algunas ocasiones, embrutecido por el licor, terminaba delirando, en visiones que le llevaban a mundos desconocidos e inverosímiles.

--¡Dios, cuánto diera porque mi hijo cambiara!—solía repetir la mujer desesperanzada.

El curso de los acontecimientos cambió cuando comenzó a clamar porque le liberara de toda atadura. Solo entonces recibió de buena gana el mensaje transformador de Jesucristo. Ya no le parecía ni una locura ni cuento de viejas.

Hoy trabaja en un taller de mecánica automotriz, no bebe y dedica el mayor tiempo posible a su familia. Es un hombre diferente. La venda cayó de sus ojos. Es libre por el poder de Jesucristo.

Millares cegados por el dominio del pecado

En tanto haya pecado en el género humano, Satanás tendrá dominio. La situación es tan remota como los mismos orígenes del género humano. Tan convencido está Satanás de su poder sobre el mundo físico, que tentó al amado Salvador durante el ayuno que tuvo de cuarenta días: "Por último, el diablo llevó a Jesús a una montaña altísima. Desde allí podían verse los países más ricos y poderosos del mundo. El diablo le dijo: --Todos estos países serán tuyos, si te arrodillas delante de mí y me adoras" (Mateo 4.8, 9, Nueva Versión Internacional).

Jesús no solo lo reprendió sino que le recordó su naturaleza de Dios y que por tal motivo, Satanás no debía ni podía tentarle. Pero ¡cuidado! El adversario es muy hábil y si usted no permanece alerta, puede llevarlo a caer. Hasta tal punto se da sus mañas, que tiene cegados a millares de hombres y mujeres en el mundo entero, para evitar que conozcan el Evangelio (Cf. 2 Corintios 4:4).

Para quitar la venda de los ojos de toda criatura y recordarnos que en Él, en Cristo, somos libres, vino el Salvador. Pablo lo explica de manera magistral cuando enseña: "Antes, ustedes estaban muertos para Dios, pues hacían el mal y vivían en pecado. Seguían el mal ejemplo de la gente de este mundo. Obedecían al poderoso espíritu en los aires que gobierna sobre los malos espíritus y domina a las personas que desobedecen a Dios" (Efesios 2:1, 2. Biblia en Lenguaje Sencillo). También anota: "Antes, ustedes estaban muertos, pues eran pecadores y no formaban parte del pueblo de Dios. Pero ahora Dios les ha dado vida junto con Cristo, y les ha perdonado todos sus pecados" (Colosenses 2.13, Biblia en lenguaje sencillo).

En la medida en que Jesucristo establece su Reino, cuando proclamamos las Buenas Nuevas de Salvación, el diablo pierde dominio territorial. Un ejemplo sencillo lo hallamos en Almolonga, en Guatemala. A partir de la proclamación del Evangelio, un pueblo que había sido territorio de borrachos perdidos, llegó a los pies del Redentor y hoy las cosas son distintas: hay bendiciones de todos los órdenes para quienes habitan allí.

Dos conclusiones a las que quiero llevarle: la primera, que si bien es cierto Satanás tiene dominio territorial en muchos lugares, en la autoridad de Jesús el Señor podemos atar sus fuerzas y accionar, y segunda, que urge evangelizar como paso del creyente para ir retomando el Continente, la Nación y su ciudad para quien le pertenece realmente: a nuestro Dios.

Es hora de dar la batalla. No se de por vencido. Recuerde siempre que Satanás es perseverante, y más debemos serlo nosotros, que al reprenderlo, tenemos asegurado—como lo anotan las Escrituras—que lo echaremos en huida.

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