Si obras bien, te irá bien

Silvio Ramón Paredes nació con la naturaleza de un ganador, la misma naturaleza con la que Dios nos creó, pero rodeado de circunstancias adversas que inevitablemente—en criterio de quienes le vieron crecer—le llevarían a ser alguien sometido, resignado a su destino, frustrado. Pero no fue así.

Cuando el médico lo presentó a su padre, minutos después de nacer, el hombre expresó la tristeza que le producía encontrar que el varoncito que tanto había esperado, no tenía la pierna derecha. El facultativo le explicó, en los términos más sencillos que pudo, que aquella malformación podría obedecer a muchos factores y que se corregiría con el uso de una prótesis.

En la época cuando deseó jugar al fútbol, cursando ya la secundaria, Silvio Ramón renunció al uso del reemplazo de su extremidad y decidió usar más bien una muleta. "Prefiero aceptar mi realidad", le dijo a su madre en un rapto de rabia y frustración porque muy dentro de su corazón quería ser un émulo de Maradona, Pelé o el Pibe Valderrama.

Un poco más avanzada la adolescencia, se propuso ser un ciclista. Y aunque el equipo de aficionados de su ciudad rechazó dos veces el formulario de solicitud que aplicó, lo intentó una tercera vez y terminaron aceptándolo. Pedalear obligaba esfuerzo, pero estaba decidido a no dejarse vencer. Ganó, después de muchos intentos, una carrera profesional y es hoy uno orgullo en la ciudad mexicana que lo vio crecer. La oposición no lo detuvo, ni las críticas y menos las burlas, Su fe en Dios lo alentó siempre.

Una ley universal, que encontramos expresada en la Biblia y que se materializa cuando obramos en consonancia con ella, es que a quien obra bien, le va bien. No es otra cosa que ponernos en línea con los principios del Reino de Dios.

El autor sagrado expresó: "

Deléitate asimismo en Jehová, y él te concederá las peticiones de tu corazón. Encomienda a Jehová tu camino, y confía en él; y él hará" (Salmo 37:4, 5). Son palabras sencillas, claras, aplicables, efectivas. Es necesario despojarnos del orgullo, propio de los seres humanos, que nos inclina a gobernarnos conforme a lo que creemos o de acuerdo con los postulados del mundo. Implica, creer y sujetarnos a Dios, permitirle que Él reine en nuestra existencia.

El pasaje nos enseña que aquellos que están insertos en el centro mismo de la voluntad divina, ven materializados sus sueños; esto como consecuencia de creer, someter al Señor nuestros planes, permitirle que Él vaya acomodando todo como el perfecto ajedrecista del universo y responda, no solo como deseamos sino esencialmente, como nos conviene.

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