El cambio sí... pero en las fuerzas de Dios

La sonrisa más placentera que experimentó en mucho tiempo, afloró en sus labios tras recibir a Jesucristo como Señor y Salvador y experimentar una sensación de tranquilidad sin igual. Hurgó en el baúl de los recuerdos de su mente y concluyó que jamás había estado tan bien.

Su calvario comenzó días después. Iba creciendo, como persona y como siervo de Dios. Sin embargo pensaba que todos sus esfuerzos no eran suficientes, y que al menor error, el Padre fruncía el ceño y lo miraba con indignación. "No alcanzo a comprender qué debo hacer para ser agradable delante del Señor", se repetía.

Cuando abordó el asunto con su consejero espiritual, el pastor le dijo que no debía seguir esforzándose como si sus sacrificios pudieran significarle la aprobación del Creador. Que ya Él lo había perdonado y aceptaba. Que ahora debía depender de Él para seguir dando pasos sólidos hacia la transformación en todos los órdenes.

La conversación le trajo tranquilidad. Sin embargo una discusión con su esposa le llevó a pensar que no valía la pena seguir adelante. "Jamás seré digno de ser llamado hijo de Dios", reflexionó. Los vecinos, que eran evangélicos, le habían enseñado la importancia de estar sujetos a principios rigurosos. "Debes vestir así, no usar maquillaje, las faldas en los tobillos, observar tal día de la semana como reposo", y al tratar de obrar en consonancia con ese consejo, se encontraba nuevamente bajo la frustración.

Sólo cuando comprendió que vivir a Cristo es permitirle que gobierne todo nuestro ser y, que si lo hacemos, necesariamente se producirá una modificación real en nuestras acciones, emprendió el ascenso hacia el crecimiento personal y espiritual.

No en sus fuerzas, en las de Dios

Con frecuencia nos encontramos en la misma disyuntiva. Anhelamos cambiar pero hallamos tropiezo. No en los demás, sino en nosotros. Y eso es lo más complejo. La naturaleza todavía nos arrastra hacia el "viejo hombre".

Superar la frustración que produce esta situación es posible cuando vamos al Señor Jesucristo en procura de su poder y fortaleza para poder vencer las tentaciones que nos asaltan.

El apóstol Pablo escribió a los cristianos de Galacia, en el primer siglo. Les exhortó por querer cambiar en sus propias fuerzas o con sacrificios diversos en procura de agradar a Dios. Les dijo: "¡Qué tontos son ustedes, Gálatas! ¿Quién los embrujó? Les enseñamos claramente el significado de la muerte de Jesucristo en la cruz. Comenzaron su nueva vida con el Espíritu, ¿y ahora intentan perfeccionarla por sus propios medios? ¡Qué tontería!" (Gálatas 3:1, 3. La palabra de Dios para todos).

Satanás desea sujetarnos nuevamente a rudimentos humanos en procura de la salvación, olvidando que es por el sacrificio del Señor Jesucristo que podemos cambiar y no en nuestras capacidades. Es en el poder de Dios y no en el nuestro como seremos transformados.

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