No podemos despreciar una salvación tan grande

Millares de personas que seguían los Juegos Olímpicos del 2008 no podían dar crédito a lo que veían sus ojos: preso de la indignación y la ira, el luchador sueco, Ara Abrahamian se quitó la medalla de bronce durante la premiación en la categoría de los 96 kilogramos, y la dejó sobre la lona roja.

Los jueces de la competición se miraron desconcertados y los otros deportistas, unos cerrando los ojos y otros con la mirada fija en el suelo, querían que la tierra se abriera bajo sus pies. Les parecía inconcebible lo que estaba ocurriendo.

--Piensa bien lo que haces…--le dijo su entrenador, rompiendo cualquier protocolo para este tipo de ceremonias--. Estás loco; sabes que eso no se debe hacer--.

Ara se reafirmó en su accionar: ''Esta medalla no me importa. Quería el oro. Este ha sido mi último combate. Quería el oro, así que para mí estas olimpiadas han sido un fracaso'', dijo.

El joven deportista fue campeón dos veces y en los Juegos Olímpicos de Atenas 2004 obtuvo la medalla de plata. En esta ocasión, en Beijing había sido derrotado, en las semifinales de lucha grecorromana por el campeón, el italiano Andra Minguzzi.

El entrenador vio como su pupilo se iba poniendo cada vez más furioso. En un arrebato, se lanzó contra los jueces; al ser impedido, se dirigió a los camerinos y golpeó la pared, haciendo remecer las casillas de guardar ropa. Horas después, y convencido por sus amigos, se presentó de nuevo al escenario deportivo.

Una historia para meditar

El comportamiento del luchador, nos deja varias enseñanzas: la primera, la necesidad de ser humildes; la segunda, la importancia de medir el alcance de lo que hacemos y no dejarnos arrastrar por la ira; la tercera, que siempre puede haber gente mejor que nosotros y, la cuarta, no despreciar aquello que recibimos.

El Señor Jesús murió por nosotros en la cruz. Lo hizo para limpiar nuestros pecados. Sin embargo muchas personas, después de haber conocido el Evangelio, siguen comportándose de tal manera, que afrentan la obra redentora de nuestro amado Maestro. Actúan peor que un incrédulo.

El autor sagrado advirtió sobre este particular: “Por tanto, es necesario que con más diligencia atendamos a las cosas que hemos oído, no sea que nos deslicemos. Porque si la palabra dicha por medio de los ángeles fue firme, y toda transgresión y desobediencia recibió justa retribución, ¿cómo escaparemos nosotros, si descuidamos una salvación tan grande? La cual, habiendo sido anunciada primeramente por el Señor, nos fue confirmada por los que oyeron…” (Hebreos 2:1-39)

Estamos llamados a cambiar. Si somos salvos, si recibimos a Jesucristo en nuestro corazón, no podemos seguir igual que antes, sumidos en el pecado deliberadamente. Piense en éste asunto. Es de suma importancia. No siga obrando como hasta hoy: con un pie en el mundo y otro en las cosas de Dios. ¡Es hora de cambiar

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