Una vida cristiana práctica

       Las oficinas estaban atestadas de público. Una mujer anciana hacía fila. Al igual que los demás, esperaba turno para cancelar el valor de los impuestos. El calor era insoportable, los minutos eternos y el tic, tic, tic de los computadores tornaban pesado el ambiente a aquella hora de la mañana. Parecía que nunca llegarían adelante. El hombre mira hacia atrás, distraídamente. La mujer de edad en espera, varios metros atrás. La llama, le cede el puesto y pasa a ocupar ese lugar. Confirió la oportunidad que tenía de salir pronto del lugar.

Camino del trabajo, el hombre que iba unos metros adelante da un traspiés y rueda por el suelo. Los documentos que lleva dentro de la maleta se esparcen. Quien va detrás se detiene. Se inclina. Le ayuda. No se para hasta que terminan de recoger el último papel. Luego con una sonrisa responde a las expresiones de agradecimiento. "No tenga cuidado", le dice, y se aleja.

El restaurante a esa hora de mediodía luce vacío. La mujer está consumiendo sus alimentos. Debe regresar pronto a su lugar de trabajo. Sigue masticando despacio pero, en el momento en que dirige su mirada hacia las ventanas que dan a la calle, ve a un niño que mira a los comensales. No necesita mucho análisis para percatarse de que se trata de un mendigo. Interrumpe la alimentación y sale. Le invita a entrar. El muchacho se niega. Ella entonces compra un almuerzo, debidamente empacado, se lo lleva y –ahí si—prosigue con la comida.

Los tres vivenciaron a Cristo en escenas totalmente diferentes. Su fe no es muerta. No está escrita en papel únicamente. Es real. Se puede percibir. Predican a Dios con hechos más que con palabras. Sus acciones honran el evangelio. No van en detrimento de la predicación como sí ocurre con quienes recitan versículos bíblicos de memoria pero, cuando llega el momento de ponerlos en práctica, aplican la enseñanza a su conveniencia.

Una vida práctica

La vida cristiana debe ser práctica. Ese es nuestro compromiso. Las palabras son bonitas pero si no se tornan realidad en nuestros pensamientos y actuaciones, de nada sirven. Cristo era hechos no palabras. Sus seguidores debemos testimoniar la fe con nuestro desenvolvimiento. Algunos creyentes de Roma, en el primer siglo, hacían tangibles sus convicciones. Esa razón llevó a que Pablo les escribiera: "Ante todo, le doy gracias a Dios por todos ustedes por medio de Jesucristo. Todo el mundo habla de la fe que ustedes tienen." (Romanos 1:8. Nuevo Testamento: la Palabra de Dios para todos).

Es hora de revisar su existencia. ¿Obra en consonancia con aquellas convicciones de fe que profesa? Es probable que haya una enorme brecha entre lo que predica y lo que hace. ¿Qué hacer? Aplicar correctivos y pedir la ayuda del Señor Jesucristo para revitalizar su testimonio de vida. Sólo de esta manera podremos impactar al mundo. Si seguimos como hasta ahora, antes que motivar a la fe estaremos desencadenando deserciones y muchos jamás querrán emprender el camino con Dios.

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